Recuerdos de… Hna. Amalia Cortés

Recuerdos de… Hna. Amalia Cortés

En el año 1975, estando de comunidad en el Colegio de Orihuela, recibí el nombramiento para superiora de la comunidad que debería hacerse cargo del nuevo colegio, “Santa María del Carmen”, cuya obra que se estaba finalizando,  en Murcia, para sustituir al que teníamos en la Calle Cartagena.

La apertura estaba prevista para el curso 1975-76, a la par que el de Alicante, también de nueva construcción, para el traslado del que había en la calle Las Navas de dicha ciudad.

Mientras se ultimaban los detalles de la obra, convivimos en la calle Cartagena las dos comunidades, la que hasta ahora había estado y las que nos íbamos a trasladar al nuevo colegio. Esta segunda  comunidad la componíamos las siguientes hermanas: Adela Cuenca, Amelia Monedero, Eduvigis Sempere, Trinidad Segovia, Maravillas Manzano, Manuela Bravo, Fátima Tenza, Lourdes Arenas, Antonia Lucas, Inmaculada López, Trinidad López, Amalia Cortés.

Se habían matriculado, además de las alumnas que ya teníamos del colegio hasta ahora en función, nuevas alumnas, la mayoría de las cuales procedían del Colegio de Sta. Luisa de Marillac (creo que eran estas monjas) que se cerraba ese mismo curso.

La zona donde se construía el colegio era un terrero de bancal, de huerta. El subsuelo debía tener demasiada humedad, pues de vez en cuando emergía mucha agua, motivo por el cual se veían  obligados a parar la obra de vez en cuando, a lo mejor por espacio de unas semanas, lo cual dio lugar, también, a que la finalización del colegio se retrasara unos seis meses al tiempo previsto para su apertura. Esto ocasionó un grave problema, pues la matrícula estaba hecha y las alumnas no podían irse a otro colegio.

La solución fue improvisar aulas, adaptando todos los recintos de la casa en la calle Cartagena. La capilla la convertimos en dos aulas, divididas por un biombo; lo que era la biblioteca y comedor, otra aula; los salones de estudio del primer piso, otras dos aulas; nuestro refectorio servía para comedor de las alumnas mediopensionistas; en la calle perpendicular a la de c/ Cartagena, (no recuerdo cómo se llamaba) haciendo esquina con nuestra casa, nos alquilaron dos casitas, las cuales se utilizaron como dos aulas más, creo que para alumnas de preescolar.

Un recibidor pequeñito que había al lado del patio de luces, se adaptó para capilla. No recuerdo bien cuántas dependencias más se tuvieron que utilizar, pero lo cierto fue que así tuvimos que pasar los seis meses (no recuerdo exactamente si seis, cinco, tres…) hasta que dieron la licencia para trasladarnos al nuevo colegio.

El traslado se hizo con una gran ilusión. Estábamos viviendo muy apuradas por las molestias que ocasionaba la estrechez. Menos mal que, por parte de los profesores, padres y alumnos, hubo gran comprensión.

Nosotras, con ayuda de algún vecino de la calle Cartagena, y con los encargados del transporte, hicimos todo el trabajo del traslado. Todavía me pregunto cómo fuimos capaces de arriesgarnos. Bajar pupitres, mesas de profesores, de despacho, estanterías, armarios y hasta el piano, por una escalera con vueltas y bastante estrecha; algunos muebles los tuvimos que sacar  por los balcones. Un solo camión, conducido a veces por Hna. Inmaculada, que tuvo que dar no sé cuántos viajes.

Igualmente, nosotras hicimos la descarga en el nuevo colegio. Fue un trabajo ímprobo. Creo que nos animaba, además de las fuerzas que en aquellos momentos teníamos casi todas, la ilusión y la buena voluntad.

Otras de las muchas dificultades que tuvimos que superar fueron las instalaciones de agua, luz, teléfono y accesibilidad.

Los edificios más cercanos a colegio y hasta donde llegaba el asfalto, frente a la entrada principal,  eran los dos institutos que están cerca del Colegio (no recuerdo cómo se llaman). Por el otro lado, a la izquierda,  el colegio Público “Mariano Aroca” (cerca de la parroquia actual). Todo lo demás que nos rodeaba  era bancal: higueras, membrilleros, otros frutales y algunas casitas de huerta diseminadas. El Colegio estaba en medio de un fango al que difícilmente se podía acceder cuando llovía. Ni los taxis querían venir cuando se les decía que los necesitábamos en “El Carril de la Farola”, que era el primer nombre de dirección para indicar dónde estábamos ubicadas.

En cuanto a la electricidad, tuvimos que costear y  poner un transformador (yo diría que autónomo), para la luz. Para el teléfono nos servíamos  de una conexión con el de la calle Cartagena.  No había alcantarillado conectado con la red general, por lo cual,  las aguas residuales iban a parar a una acequia a la espalda del colegio,  más o menos por donde caen las pistas actuales, detrás de Infantil. Tuvimos que solicitar una depuradora (autónoma), que trajeron de Valencia y se instaló en el lado de la acequia a la que hago referencia. No sé si habrá alguna foto donde aparezca dicha depuradora, de grandísimas dimensiones, pero debía buscarse en algún sitio.

Como se puede ver, el Colegio “cayó” en un lugar “tercermundista”, por expresar de alguna forma que no tenía conexión con la urbanización de la ciudad: luz propia, teléfono prestado, alcantarillado propio.

Estábamos a expensas de la mano de Dios en cuanto a seguridad, pues no había valla y todos los ventanales de cristal, con unos cierres muy fáciles de abrir; lo primero que se pensó, fue poner cadenas a las puertas, de lo cual se encargó Hna. Eduvigis;  pero de nada sirvió. Bastaba con romper un cristal y entrar como “el rey por su casa”. Mil veces entraron rateros y se llevaban todo lo que podían, además de los destrozos de cristales rotos. Cada mañana, cuando íbamos a las clases, había alguna desagradable novedad.

Se optó por poner la valla lo antes posible, pero así y todo era muy fácil el acceso para los ladrones o rateros.

Pero de todos los problemas, el peor era el de los accidentes que se ocasionaron a causa de las puertas y ventanales de cristal que muchos eran de una sola pieza, desde el suelo hasta el techo. Muchas veces no se sabía si estaban cerradas o abiertas. Hubo tropezones muy serios, ocasionando caídas, roturas de brazos, heridas… Se procedió enseguida a poner señalizaciones para indicar ventanas o puertas; no obstante, eran demasiados cristales y en lugares donde nadie podía sospechar que podría ocurrir un accidente, se daban.

Es el colegio en el que más se ha gastado, además de por los cambios y adaptaciones para una habitabilidad segura (¿?), para material de limpieza, tiempo dedicado a la misma, pues las cristaleras, muchas de ellas en lugares estratégicos, difíciles  de acceder a ellos, tenían que valerse las mujeres de instrumentos poco usuales y requerían un tiempo con nada comparable.

Toda la jardinería se fue plantando de “ramitas de allá y acá”, por ir ahorrando todo lo posible para atender al equipamiento.  Los jazmineros, las yedras, los setos… Las aulas al aire libre (hoy usados como patios), fueron muy poco útiles para lo que fueron concebidas, aunque la idea del arquitecto era fenomenal. Pronto empezaron a crecer hierbas, que necesitaban un cuidado imposible de costear. Poco a poco, se fueron abandonando, menos algunos que las profesoras valoraban y utilizaban.

Todos los trámites y papeleos, así como la relación con el arquitecto, aparejadores y Banco de Crédito a la Construcción, lo llevó a cabo Hna. Elisea Poveda, que creo pertenecía a la Comunidad de Alicante o a la de S. Juan.

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