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Recuerdos de… Margarita Iniesta Morales

Recuerdos de… Margarita Iniesta Morales

Recuerdos de… Margarita Iniesta Morales

Entré en el colegio con 4 años en el curso 1.967-68. Mi aula era muy grande, tenía un teatro. Tengo un vago recuerdo de que había mesas redondas. Antes de empezar, le hicieron a mis padres una entrevista entrando a mano derecha, recuerdo estar con ellos cuando fueron  a hablar con la Directora. Había una muñeca con el uniforme del colegio: era un desmangado de una sola pieza, cortado por la cintura y tableado. Mi madre cuando  lo lavaba le recosía los pliegues y yo se los descosía después de plancharlo. Además, el uniforme se componía de chaqueta marrón, calcetas marrones y zapato marrón de cordonera. Mi madre nos hacía una liguica en las calcetas para que no se nos cayeran, porque si las llevábamos caídas, nos llamaban la atención.

Recuerdo el callejón donde se esperaba a que abriesen el colegio, entrábamos por allí, nos poníamos en filas muy ordenadas, estirando el brazo al frente para estar a la misma distancia. Mientras hacíamos las filas ponían música. Subíamos a las clases en silencio, tanto, que oíamos cómo sonaban a nuestro paso las losetas del suelo. Las clases  eran oscuras.

Como mi padre entraba a trabajar muy temprano, pidió permiso a las hermanas para que me pudiese quedar en portería a primera hora de la mañana, Hna. Adela dijo que sí; como yo era formalica me dejaba estar.

Había una puerta grande de madera que daba a la calle y al entrar como un portón,  luego una puerta de cancel de cristales de color acaramelado; dentro estaba el recibidor, donde yo esperaba a que fuera la hora de entrar. A mano derecha se encontraba el despacho de la madre superiora, luego había otra habitación donde nos hacían los reconocimientos médicos, que daba acceso al colegio por dentro, también había un pasillo muy largo que desembocaba en el patio, y una sala de las hermanas que yo no sé si era el comedor.

En ese pasillo a la izquierda estaba la capilla con puertas correderas, bancos de madera, vidrieras… Era preciosa, muy acogedora,  con una luz suave que me hacía sentirme bien, al fondo había un escalón y el altar con la Virgen del Carmen; siempre estaba limpísima. Me encantaba ir porque Hna. Mª Jesús nos llevaba a ensayar para la misa, tocaba el órgano y cantábamos canciones muy bonitas, como “Victoria, tu reinarás”…

Hna. Humbelina me dio 1º y 2º. Su clase era muy oscura, interior, pupitres de madera que se levantaba el tablero y allí guardábamos el material. Como yo venía temprano, Hna. Humbelina me subía a una habitación a sellar los talones de lotería. Me encantaba. También recuerdo el olor al desayuno de las hermanas cuando llegaba.

Rezábamos el rosario con Hna. Humbelina y cuando me tocaba llevar las cuentas, me encantaba.

Mientras hacíamos la caligrafía, Hna. Humbelina se paseaba por la clase, y cuando no estábamos aplicadas, nos daba con el canutillo en la cabeza.

Las clases que daban al patio eran luminosas. Hna. Humbelina nos ponía de dos en dos: una aplicada y otra más atrasada, para ayudarnos. Yo me ponía con una compañera que se llamaba Inmaculada, compartía con ela mis colores, la ayudaba y me sentía importante.

En el patio jugábamos a los cromos, la coroneja, el elástico, la comba y antes de subir teníamos que recoger los papeles de los bocadillos.

En el patío había una explanada frente al callejón donde hacíamos las filas, unas fuentes para beber agua y unos aseos, luego el huerto, donde había muchos naranjos, una pila donde Hna. Carolina estaba siempre lavando y un azulejo de la Sagrada Familia. Había en el huerto otro azulejo de la Virgen, donde hacíamos el mes de mayo. Durante este mes, por las tardes, a primera hora cantábamos allí a María, le llevábamos flores y luego subíamos a las clases.

Había unos poyetes de azulejos que delimitaban la separación entre el huerto y el patio, ahí jugábamos a los cromos.

Hubo una época en que nos daban de merendar, yo era muy pequeña. Recuerdo unos tetrabrik en forma de triángulo con leche que estaba muy buena, creo que también nos daban pan con chocolate, pero eso no lo recuerdo muy bien.

En 3º me dio una hermana que me quería muchísimo y creo que luego se fue a misiones, ceo que se llama Mari Carmen. Me daba muchos abrazos, me quería mucho, yo siempre he querido mucho a todas las monjas. En 4º me dio Manolita. Era muy severa, en clase de labores recuerdo el olor a arpillera, bordábamos la arpillera con lana, me daba dentera tirar de la lana rozando con la arpillera. Cuando teníamos labores,  la Srta. Manolita nos decía que si queríamos pedir por alguien podíamos hacerlo y cada uno pedía por su papá, por quien quería.

En 5º me dio Hna. Fátima Tenza. Me quería mucho, yo a ella también. Era una mujer con una sabiduría y una templanza admirables, nunca la vi enfadada, en su clase teníamos hamsters, nos explicó la menstruación con una delicadeza exquisita. En ese año hubo una riada muy grande en Murcia.

En 6º me dio Hna. Inmaculada. Explicaba las matemáticas como nadie. Yo tenía sobresaliente. Me encantaba que me corrigiera las libretas porque me ponía notas: Muy bien, muy ordenado… Yo las miraba una y otra vez. Me quería mucho y yo a ella. Un día murió su hermana y nos lo contó, todas lloramos… Nos enseñó a hacer un círculo en pizarra con un hilo, la delegada pasaba lista. Ese año yo era delegada  y en una lista color sepia poníamos las faltas. Ahí sí éramos  más numerosas, una clase más amplia.

En 7º ya vinimos a este colegio, lo estrenamos nosotras, era todo huerta. En el recreo nos íbamos a los bancales a tomarnos el bocadillo. La directora, Hna. Visitación, era una mujer muy elegante, guapa, muy diplomática, con muchísima personalidad, muy seria, no le pegaba ser monja, te inspiraba respeto, a veces se ponía el velo, otras veces no, vestía con jersey de cuello alto. A mí el otro colegio me gustaba más que éste, que lo encontraba más impersonal. Aquí descubrí la dulzura de la hermana Maravillas, el amor por la poesía; daba unas clases preciosas de lengua y literatura. Fue mi tutora. También estaba el Teacher, muy buena persona. Sabía mucho inglés, yo me sentía muy querida y respetada por él.

Hna. Eduvigis era muy divertida, nos reíamos mucho con sus locuras; Hna. Mª Carmen Megías tenía que ser muy tímida, daba matemáticas, que no nos gustaban, era muy callada y muy severa corrigiendo, Hna. Antonia con las labores. A mí la costura nunca me ha gustado y ella me decía: “Ay, Margaritina, Margaritina, que se te da mejor descoser que coser”.

En el colegio de la C/ Cartagena me sentía como en mi casa, me trataban como las abuelas tratan a sus nietas o las madres a sus hijas. Si llovía, Hna. Adela me daba un paraguas para que no me mojara. Incluso Hna. Humbelina cuando se fue me llamó a mi casa y me regaló un cuento que aún conservo: Hansel y Gretel.

A mí me gustaba estar con las monjas, yo nunca las he viso severas, al revés; siempre han sido muy cariñosas conmigo. Si hacía algo mal, me lo decían, pero cuando hacía algo bien, me lo sobrevaloraban y te crecía la autoestima. Me pasaban a su casa, con la estufa… En el nuevo colegio yo percibía todo más impersonal, era totalmente distinto. El antiguo colegio era una casa donde se acogían niñas, todo muy femenino, la luz, los olores del colegio, hermanas asequibles, serviciales, se nos inculcaba que éramos mujeres a quienes se nos abría el campo de  la cultura. Nuestra generación ha estado muy preparada porque se nos ha enseñado el saber y somos mujeres, distintas a los hombres, podemos ser grandes cirujanas, periodistas, profesionales sin perder nuestra identidad como mujeres.

Ahora mismo siento que ser madre es lo más importante que tengo, no me importa negarme a mí para darle todo a mis hijos, educarles en ser hombres y mujeres para la vida.

Las hermanas se han portado conmigo como madres, me han enseñado en el ámbito intelectual, pero también a ser mujer, persona.

Cuando íbamos a hacer la comunión las catequesis nos las daban las hermanas. Se podía elegir hacer la comunión en el colegio o en tu parroquia, se podía hacer el día de la ascensión o del Corpus. Para poder comulgar nos decían que teníamos que estar en ayunas un día, que no mordiéramos la forma,  como signo de respeto al Cuerpo de Cristo…

Los valores que he aprendido en el colegio me han servido para enfrentar todas las situaciones de mi vida y por eso he deseado que mis hijos se eduquen también en este colegio.