En el año 1.945 ó 46 llegué al colegio Nuestra Señora del Carmen, donde permanecí durante 3 ó 4 años. Comencé con 2 ó 3 años hasta los 6, pues a los niños no nos permitían estar más tiempo. Me daba clase la Hna. Josefa, con la cara redonda, que me encantaría podre volver a verla, si es que vive.
Tengo una experiencia muy buena de este colegio; aún recuerdo el olor característico de la clase a goma de borrar, era muy agradable para mí y el sitio donde me sentaba. Me sitúo mentalmente en el aula a la derecha. Cantábamos una canción sobre los límites de España que nunca he olvidado.
También recuerdo con agrado que hicimos una obra de teatro en los salones de la Iglesia del Carmen. Íbamos vestidos de monaguillos, con túnicas y un cordón y cantábamos una canción que más o menos decía:
Buenas noches caballeros,
buenas noches y a descansar,
que mañana es misa gorda
y tenemos que madrugar.
Al son de las campanas tocan a quicio
que somos monaguillos de poco juicio…
Mi hermana y yo recordamos perfectamente el edificio del colegio, que tenía una cancela al entrar, a la izquierda se encontraba la capilla y a la derecha la portería. Cuando llamaban a la puerta, sonaba una campanilla en portería, donde había una hermana mayor que decía siempre: “Ave María Purísima” y tú respondías: “Sin pecado concebida”. Recuerdo que siempre entraba llorando y enseguida salía una hermana, te cogía de la mano y se acababa el llanto. Subíamos a la primera planta, nada más entrar a la derecha. Esa era nuestra clase.
El pasillo de la entrada al colegio daba al patio, que era de chinarro. Había muchos árboles y, en el suelo, dátiles maduros un poco picados, que ávidamente cogíamos para comérnoslos ¡Estaban buenísimos! ¡Con la necesidad que se pasaba en aquellos tiempos! En el patio a la derecha había una puerta con una cortina que era el váter ahí hacíamos cola para entrar.
Celebrábamos el mes de mayo cantando por el huerto, íbamos por una senda de tierra y pasábamos junto a la ventana del dormitorio de mi madre. Ella se asomaba a saludarnos y a mí eso me hacía mucha ilusión. Y es que vivíamos justo detrás del colegio, en una casa muy pequeña con dos habitaciones que daban a un patio de vecinos donde había un fregador y una pila común para todos.
Junto al colegio había un callejón precintado y al lado un almacén de coloniales (comestibles) donde se compraba al por mayor. A continuación estaba el taller de Elías, donde la gente que venía de la huerta dejaba su bicicleta, le daban un tique y se la guardaban mientras hacía sus diligencias por la ciudad, así no se la robaban. Recuerdo pasar por la puerta y ver la pared llena de bicicletas colgadas.
A continuación, teníamos el bajo de Chari, donde hacían belenes de arcilla; sus hijos Roge y José Luis siguen hoy exponiendo belenes en Alfonso X el Sabio.
A unos 50 metros estaba el botero, que hacía botas de vino con pellejos de cerdo. Daba miedo de verlo, porque estaban colgados todos los pellejos hinchados.
Después del botero había un almacén cerrado y a continuación estaba el Corralazo, donde vivíamos nosotros. Se entraba por un pasillo único, sin luz, por supuesto, que tenía un solo aseo exterior con dos retretes para las seis viviendas. Estábamos de alquiler, pues mi padre era militar, estaba en Intendencia y la casa la teníamos en Archena, pero mi madre querís que estuviésemos la familia unida, por eso nos vinimos a vivir a Murcia, aunque pasábamos temporadas en archena. Mi casa tenía una sola ventana que daba al jardín de las hermanas.
Doña Josefina nos cuenta:
Yo fui al colegio de 1.944 a 1.950. Recuerdo un libro que usábamos en clase llamado “Hemos visto al Señor”, tenía dibujos de la pasión, y al soldado que clavaba una lanza al Señor yo le pasaba mucho el dedo por encima para quitarlo de ahí, lo tenía medio borrado de tanto darle con el dedo. Mi clase estaba al subir la escalerica a la izquierda. Con frecuencia, una amiga me esperaba porque yo le daba pan. Ella no tenía padre, pasaba hambre. Más tarde, pasados los años, me lo ha recordado: “¿Te acuerdas de tantas veces que me dabas de tu bocadillo?”. Yo no me acordaba. Como mi padre estaba en Intendencia, nosotros no pasábamos hambre, a veces dábamos pan a algunos vecinos. La familia que vivía a nuestro lado tenía muchos hijos y a la hora de comer, una de las niñas se ponía en la puerta sin decir nada, sólo miraba. Entonces mi madre le daba pan. Había mucha miseria. Éramos pobres, pero muy felices. Todos los niños del Corralazo jugábamos juntos como una sola familia. Fueron unos años muy felices.